Seline Draven
Poeta errante y alma bohemia. Tejo palabras como quien enciende faroles en la noche, buscando compartir fragmentos de mi creatividad con quien quiera leerlos. Silentium poetarum clamat in aeternum.
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Seline Draven
El sabor amargo de tu sombra Me arranco tu sombra del pensamiento, como quien arranca raíces podridas sabiendo que aún sangran savia de ternura. Tus besos, fósiles incrustados en mi pecho, siguen ardiendo como brasas que no se rinden al silencio de las cenizas. Maldigo el instante en que la suerte — ese verdugo con máscara de anfitrión— abrió la puerta a tu risa. Contigo, la vida era un daikiri, una metáfora líquida de paraíso: espuma y azúcar sobre mi lengua, un mar que parecía eterno. Hoy bebo coñac como quien bebe fuego, mi habitación es un féretro sin tapa, y yo, cadáver consciente, me revuelvo entre botellas huecas esperando que alguna conserve tu perfume. Te odio con ternura, te amo con rencor, y en esa paradoja me deshago: fui templo, soy ruina; fui faro, soy naufragio; fui carne viva, ahora soy eco. Y aun así, si regresaras, sería capaz de volver a maldecirme por nombrarte salvación.
Seline Draven
Cicatrices de humo Las cicatrices son humo detenido en la piel, memorias tatuadas por un fuego que aún respira. Camino entre espejos agrietados donde tu reflejo insiste en quedarse, como si la ausencia pudiera tener forma. Escribo con ceniza, pero la ceniza también duele: cada letra arde en mis dedos, cada rima me rompe un poco más. No temo sangrar en palabras, porque solo allí vuelvo a sentirme viva.
Seline Draven
Laberinto de susurros Las paredes respiran memorias rotas, y cada sombra es un verso que no se atreve a escapar. Mis pasos escriben eco sobre eco, y la noche se enreda en mi cabello como lianas negras. Cada palabra que susurro se hace puente entre lo que fui y lo que seré. Te nombro en secreto, y mi voz se convierte en río que arrastra cenizas de antiguos amores.
Seline Draven
Letanía para un cuerpo cansado Soy la grieta donde el silencio bebe agua, la vela que arde hacia adentro, devorando su luz. Cada pensamiento es un hilo que me ata al vacío, y mis manos, templos caídos, buscan tu sombra. En la fe quebrada hallo un espejo sin reflejo; oro no por salvación, sino por hundirme más. Porque en la profundidad de mi propia penumbra descubro que doler es la única forma de sentir.